En el mundo de la
política, aquellos que hemos estado lo sabemos muy bien y nada
tienen que explicarnos, existe lo que se permite que la población
conozca, lo que debe permanecer en la penumbra porque se está
negociando y lo que llamaremos genéricamente el resto. El tema es
que, tarde o temprano, la frontera entre lo que escondes a la
población para que una negociación llegue a buen puerto, y que es
absolutamente necesario, empieza a crecer y traspasa la frontera para
caer en el pozo del “resto”, que se convierte en un pozo sin
fondo. ¿Por qué razón? Pues, a poco que lo medites, resulta
evidente. Por más que digan, el mundo de la política está tan
lleno de porquería, de jugadas sucias, de engaño, de negociaciones
i de todo tipo de cosas podridas, que si lo sacasen todo a la luz, lo
más probable es que los votantes nos echásemos a la calle. Y no
precisamente para celebrar una verbena. Es preferible no levantar la
tapa del cubo de la basura. Huele muy mal.
Pero, lo más divertido es
que muchos de los que hicimos alguna incursión en ese mundo, lo
hicimos con la idea romántica a flor de piel y con la sana intención
de conseguir que este mundo fuese mejor. Después, poco a poco,
descubrimos que la política es otra cosa y que los intereses campan
por sus respetos. O por los respetos de quien maneja el dinero, para
ser más claro. Entonces, cuando haces este terrible descubrimiento,
se te presentan diversos caminos: o te amoldas a la situación y
sigues adelante, mientras cierras los ojos frente a ciertas
circunstancias; o acabas ensuciándote y entras en la rueda y abres
cuanto puedes los bolsillos para ver qué cae dentro; o acabas
quemado, te enfrentas a todo el mundo y te sientes más solo que una
lechuza; o tomas la decisión de irte a casa; o... Porque los caminos
de la política son infinitos e inescrutables.
No perdamos de vista que
todos los que en esta vida han sido algo (entendiendo per algo que
han sido reconocidos por alguna razón) han acabado exactamente
igual. ¡Todos! Sin excepción. Todos están enterrados, todos están
muertos. Ya no son nadie. Y lo mismo nos sucederá a todos.
Por eso mismos, ahora,
cuando veo a alguien, que se cree que es algo porque ocupa un cargo,
descubro que es tan solo una persona y entonces entiendo que, por
mucho que parezca poderosa, no es otra cosa que un ser humano como
cualquiera de nosotros, con sus penas y sus glorias. Por mucho que me
diga que el color blanco es negro, por más que tenga el poder, no
significa que a partir de este instante los colores van a cambiar o
que mis conceptos serán diferentes. Puede intentar engañarme con
sus palabras, pero no puede cambiar la realidad. No puede señalar un
color y decirme que es otro. Puede ordenar que, a partir de ahora, lo
que es oscuro se llamará blanco. Pero nunca logrará que la
oscuridad sea luz.
Cuando sus ojos se cierren
definitivamente, se habrán cerrado para siempre y su poder será
nulo. Porque su poder es el poder que yo le he otorgado. Él, per si
mismo, no tiene ningún poder. Mi voto le ha concedido el poder.
Pero, ¿qué poder le he dado? Tengo muy claro que el único poder
que le he concedido con mi voto es el poder de servir a la sociedad.
Y los primeros que deben tenerlo claro son los políticos. Ellos
están ahí para servirnos. Y no al revés. De manera que la ley está
para servirnos y ayudarnos a vivir mejor y en harmonía. Nunca
seremos los esclavos de la ley. Todas las leyes humanas son humanas y
no divinas. Todas las leyes humanas son susceptibles de ser
cambiadas, mejoradas o modificadas. El imperio de la ley no existe,
por más que alguien se llene la boca de palabras altaneras que
parecen verdades inamovibles.
De manera que debo tener
muy claro que mi voto otorga poder y que el poder no puede ir a parar
a cualquier mano. Yo soy responsable del mundo que dejaré a mis
hijos. Y para ellos, evidentemente, deseo lo mejor de lo mejor.
A partir de hoy, y espero
que para siempre jamás, debo tener claro que mi voto será para las
personas que merezcan mi confianza. Desde hace tiempo, y nada ha
modificado esa idea, en temas políticos soy independiente. Dejé de
creer en partidos e ideologías y empecé a creer en las personas.
Entre personas podemos entendernos, mientras que entre partidos
siempre nos peleamos. Como bien me dijo alguien ya hace tiempo:
técnicamente siempre hay una solución, pero políticamente siempre
hay un problema. Y si me dejan escoger, prefiero las listas abiertas.
No listas de partidos y cerradas. Aunque, por el momento, hay otras
reglas y con ellas hay que jugar.
¿Por qué digo todo esto?
Porque creemos (o pretenden hacernos creer) que el mundo se acaba
porque alguien nos quiere vender una película y resulta que bajo
mano hay negociaciones y más negociaciones. La política lo aguanta
todo.
Ja me entiendes. De manera
que abre los ojos y despierta.
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