Después
de ver y escuchar (sobretodo escuchar) el debate de ayer día 18 de
diciembre de 2017 para las elecciones catalanas del próximo día 21,
he descubierto que cada día me cuesta más hablar.
Después
de contemplar con qué facilidad se puede decir lo contrario de lo
que se afirmaba hace un tiempo, no demasiado, y además decirlo con
toda la fuerza del universo, como si fuese la mayor verdad que nunca
ha existido, me quedo boquiabierto.
Toda
una vida procurando entender la propia vida, buscando respuestas
reales a preguntas y más preguntas e intentando... no sé qué,
ahora descubro que todo es válido, que, con tal de conseguir una
silla o una poltrona, los hay que mienten descaradamente y que le dan
la vuelta a cualquier planteamiento con argumentos cortados a su
medida, sin más objetivo que la victoria a cualquier precio. Inducir
a pensar no es precisamente su objetivo.
¿Cuál
es, pues, su objetivo? Adormecer al que escucha y arrancarle el voto.
Sin reflexionar, sin pensar, sin sentir. Un montón de eslóganes
apañados y sacados de les recetas más puras del márqueting
americano en la línea de les campañas de bombo, confeti i platillo.
Los
que hasta hace poco iban por la vida de justicieros y ponían
denuncias a diestro y siniestro, de pronto se alzan como los
conciliadores y, si es necesario, se erigen en defensores de la
lengua, de la convivencia, de los opositores y de lo que sea. ¡Qué
más da! Lo que sea. Y lo son hasta el extremo más impensable,
mientras abren la boca y gritan más que nadie.
Cuando
el moderador lanza una pregunta directa, la respuesta siempre es
ambigua, completamente alejada de la propia pregunta, con toques de
recetas, llena de frases montadas artificialmente, que no dicen nada
pero parece que lo dicen todo. Hay un guión que manda. Lo que llevas
en tu corazón no sirve para nada, no gana votos, te descubriría y
entonces sabrían cómo eres y quizás no te votarían. Es mucho
mejor el guión porque buscas un determinado público.
Incluso,
me doy cuenta mientras escribo estas palabras, de que procuro
encontrar aquellas que digan lo que quiero decir, pero sin decantarme
a un lado o a otro, porque deseo entender lo que sucede. Y no soy
capaz de ello.
Evidentemente,
yo no voy a votar en estas elecciones. No soy ni español ni catalán.
Sin embargo, me dan pie a reflexionar sobre mi país i cuando llegan
las elecciones. Y también me permiten recordar, cuando estaba dentro
de la rueda de la política, cómo actuaba. Y la verdad es que hacía
algo muy similar a lo que he contemplado. Realizaba el puerta a
puerta y soltaba mi discurso, con ligeros retoques en función de
quien tenía frente a mí. Ahora me pregunto si fui sincero. Y la
respuesta resulta evidente: ¿cómo podía ser sincero con los demás,
si no lo era conmigo mismo?
Sí,
cada día me cuesta más hablar. Quizás porque cada día hurgo más
en mi interior y me olvido de la imagen que he de proyectar. Quizás,
si quiero hallar respuestas, el lugar más apropiado es en mi
interior y lo que debo escuchar es, precisamente, el silencio. No
todas las palabras que brotan de la nada.
La
televisión, la radio, los diarios... Todos están llenos de
palabras. En mi interior, con tanto ruido, parece una olla hirviendo.
No quiero tomar partido, pero en mi alma, cuando me quedo en
silencio, aparece una idea y me concede la paz. ¿Qué pediría, si
pudiese votar? Sólo una cosa: ¡Libertad! Sin libertad nada tiene
sentido.
Y
de nuevo, una vez más, me digo: abre los ojos y despierta.